lunes, 11 de agosto de 2014

De Filón de Alejandría a Lacan, pasando por el Evangelio



El amplio período helenístico, en la cultura y la filosofía nacidas en la Grecia clásica, tiene la singularidad de reunir –a través de la lengua hegemónica, que es precisamente el “griego koiné” (común)- la herencia de una gran cantidad de tradiciones que se enraizan en las culturas históricas de la zona del oriente mediterráneo y sus ámbitos de influencia, desde los antiguos persas o la cultura hebrea, hasta las escuelas filosóficas –como la Stoa, el Jardín, o la continuidad de la Academia y el Liceo- directas herederas de la filosofía griega. Este sincretismo cultural y religioso, al que debe unirse la aparición del cristianismo, es posible precisamente por la existencia de esa lengua común. Pero por ello mismo, también hay que tener en cuenta la introducción (a través de los conceptos del griego koiné) de lo helenístico en la traducción de las obras de la antigüedad no griega, siendo conscientes de que cualquier estructura lingüística da forma también a su contenido.
Uno de los datos más notables, en ese contexto, es la aparición de la Biblia de Los Setenta.  La Biblia Septuaginta, o Biblia de los LXX, es la traducción oficial al griego de los diferentes libros de la religión hebrea escritos en hebreo y arameo, varios siglos antes de que estos fuesen “canonizados” definitivamente para constituir la Tanaj (versión oficial judía de la Biblia) y la actual versión del Antiguo Testamento (versión oficial cristiana de la Biblia) que no coincide exactamente con la hebrea. Por ejemplo, la versión canónica hebrea no incluye –entre otros- el Libro de la Sabiduría, que fue escrito originalmente en griego –por un autor o autores judíos de la Diáspora,  que utilizaban ya la  lengua griega “koiné” propia de la época helenística- y que probablemente haya sido escrito en el siglo I ac, es decir, incluso probablemente después de que los primeros libros de la LXX –el Pentateuco- ya existieran en traducción griega. Quiero decir con esto: que es probable incluso que los autores del Libro de la Sabiduría hayan leído los libros fundamentales –la Torah- de su versión griega y no de la original.
La mención viene a cuento de algunos aspectos incluidos en dicho Libro… Dicen los versículos 7.24-26 del Libro de la Sabiduría: “La sabiduría es más movible que todo movimiento, se difunde y penetra en todo por su pureza. Porque es un efluvio del poder de Dios y una efusión pura de la gloria del Todopoderoso, por eso nada manchado entra en ella. Es el resplandor de la luz eterna, espejo inmaculado de la actividad de Dios y una imagen de su bondad”. La Sabiduría (Jocmá, en la Biblia hebrea), es divina porque está en Yavé y por tanto es trascendente; pero manifiesta y hace presente a ese Dios en el mundo, por tanto es al mismo tiempo contingente. Al regular el cosmos es la condición de probabilidad de una Ley común (nomos-Torá, que se relaciona directamente con el logosPalabra como “el decir” común: Lenguaje: La Palabra de Dios-). Esta descripción de la Sabiduría que aparece en el Libro bíblico (cuya composición, recordamos, puede fecharse ya en época helenística) puede interpretarse claramente como una hipóstasis divina, a la manera que luego Plotino definirá al Entendimiento y  el Alma frente al Uno.  No está claro que un concepto así pudiese ser parte de la idea de Dios de la ortodoxia judía, parece por tanto más bien una incorporación epocal. Lo menciono como un ejemplo de la “helenistización” de los testimonios escritos de culturas anteriores (por eso quizás, dicho Libro no figura en el canon hebreo de la Biblia, a pesar de que –como dice el profesor J. A. Antón Pacheco- es uno de los libros más judíos de la Biblia).
Este es el clima y la realidad intelectual en la que se mueve Filón de Alejandría, cuya vida coincide casi en el tiempo con la del propio Jesús de Nazaret. Filón nace unos diez años antes y muere unos diez después. Es un judío, pero que se ha criado y reside en Alejandría, en esos momentos el centro de la cultura helenística. Filón –por razones de cultura religiosa- conoce a la perfección la tradición hebrea (aunque, no lo olvidemos, a través de la mediación de la Biblia de los Setenta, que es como dijimos una traducción al griego koiné de los libros bíblicos en hebreo, en una época en la que aún no se había establecido incluso el canon hebreo sobre los mismos). Pero al mismo tiempo, su cultura es helenística, de carácter ecléctico, pero con base filosófica en el platonismo y –por lo que se deja ver en sus obras- un arraigo ético en el estoicismo. 
Filón acepta el concepto platónico de la separación entre el Mundo Inteligible (de las Ideas platónicas) y el Mundo Sensible, pero evidentemente no podría compartir, por su convicción religiosa, la idea de un Demiurgo bondadoso que “copia”  esas Ideas y la reproduce en el Mundo Sensible, porque eso significaría admitir que de ser Dios ese Demiurgo, estaría en una categoría ontológica inferior a las Ideas mismas, lo que no es posible para un Dios perfecto. “Yo soy el que Es”, afirma taxativamente Dios en el texto bíblico. Pero tampoco puede identificar a Dios con el Bien Supremo (o el Ser en tanto que Ser, de Aristóteles), que en realidad es la concepción de Dios para los filósofos griegos clásicos, porque ese Ser Supremo no actúa sino como potencia primera de la realidad (en consecuencia, acto puro);  pero no como Creador, que es una de las condiciones características del dios judío (y luego judeo-cristiano). Si Dios es Creador, no puede además ser parte del Todo que ha creado, como lo colocan las concepciones de la filosofía clásica. La trascendencia absoluta de Dios, es una necesidad ya que un  ser perfecto no puede tener mezcla con la imperfección, y sobre todo, porque no puede ser él el creador del Mal.
Por lo tanto, Filón, como judío, debe afirmar la idea de la distancia ontológica entre Dios y la Creación, pero al mismo tiempo, por formación filosófica helenística, intenta explicar la relación entre uno y otro (un problema que se le había planteado al propio Platón al no poder explicar la relación entre el Mundo de las Ideas y el Mundo Sensible, y que resolvió en falso mediante el mito del Demiurgo). La solución que encuentra el sabio alejandrino, es afirmar el papel de Dios como Creador de las cosas sensibles, pero a través de una serie de mediadores (es interesante  -en este sentido- el papel central que ocupan en la obra de Filón los ángeles , que vienen a ocupar de algún modo el lugar de las “inteligencias puras sin forma” de Aristóteles), de los cuales el mediador que está en contacto directo con el propio Dios (quien es incognoscible, aunque accesible a través de la experiencia mística) es el Logos (palabra, inteligencia divina que se encarna en las formas, razón) que contiene todas las formas de los Sensibles. De este modo, Dios no forma parte del mundo, que son sus criaturas: el conocimiento  no puede acceder directamente más que hasta el Logos, que se corresponde con el Mundo de las Ideas platónicas, donde está el eidos completo del  mundo sensible. De este modo, además, Filón se opone a otras afirmaciones que ponen a las Ideas en la propia mente de Dios, lo cual significaría reintroducir al propio Dios en el contacto directo con el Mundo de las Formas, lo cual no es aceptable para el Dios Creador de la teología judía.
Para desarrollar ese pensamiento, Filón realiza una exégesis sobre los textos bíblicos (recordemos que siempre mediada por su traducción griega), que lo lleva a admitir muchos de sus relatos como alegorías. Por ejemplo,  el sabio alejandrino interpreta los primeros versículos del Génesis, en los que Dios crea al mundo en seis  días (y descansa en el séptimo), como una alegoría en la que se expresa (sin una secuencia cronológica en sentido estricto) la parte ontológicamente primaria de la Creación, que es precisamente la del Mundo inteligible (las Ideas) que luego (ontológica y no cronológicamente) tomarán las formas del Mundo Sensible.
“Para que no pienses que la Divinidad, cuando crea algo sea lo que fuere, lo hace en períodos determinados de tiempo, y para que te des cuenta, en cambio, de que para la raza humana Sus actos creadores son invisibles, ininteligibles e ininterpreta­bles, añade "cuando fueron creados"; sin delimitar en un deter­minado lapso ese "cuando"; debido a que no existe límite alguno en la adquisición del ser por parte de cuanto es creado por la Causa. Queda, en consecuencia, refutado el aserto de que la creación del universo duró seis días” (Liber allegoriae, libro I, 20). Una heterodoxia bíblica que, seguramente, no habrá sido muy bien vista por los regidores de su propia religión.
El doble relato del nacimiento del Hombre, un detalle que suele pasarnos desaparecibido en la lectura “catecísmica” del Génesis, daría un argumento muy plausible a dicha argumentación. En efecto, podemos ver que Dios, en el sexto día de su creación, luego de haber hecho todas sus criaturas, “creó al hombre a su imagen y semejanza” (Libro 1), y le dio poder sobre todo el resto de la Creación.  (De paso, aunque resulte una digresión algo molesta, aprovecho para señalar un dato que aporta  José María Triviño, traductor de las Obras Completas de Filón: en el texto bíblico Dios dice “Hagamos al hombre…” (en plural), lo que daría una pista sobre la participación de algún “colaborador”, que Filón interpretaría precisamente como la participación del Logos en la Creación). El Génesis termina dicho libro, tras el día de descanso divino, con un “Tal fue el origen del cielo y de la tierra cuando fueron creados”. Luego, sin embargo, en el Libro 2 se vuelve a contar el origen del hombre y la mujer, con los detalles que se han hecho populares: hizo al hombre del barro y le insufló su propio aliento para darle vida, hizo a la mujer de una costilla de Adán, etc. 
Filón interpreta –como dijimos- que el Libro 1 del Génesis es una alegoría sobre el génesis de la primera de las realidades ontológicas: el Mundo de las Ideas. “En efecto, se expresa en forma simbólica y llama "cielo" a la inteligencia en mérito a que el cielo contiene las naturalezas que sólo ella puede aprehender; y "tierra" a la sensibilidad por cuanto a ella cupo ser un compuesto de forma corporal y de características más terrenas; estando el mundo de la inteligencia constituido por todas las cosas incor­póreas e inteligibles; y el de los sentidos por las corpóreas y por cuantas, en suma, se perciben a través de ellos”. (Liber allegoriae, libro I; 1.I). Por tanto, en el primer relato el Génesis establece la creación del Hombre como Idea, que luego tomará Forma concreta como se expresa en el segundo relato, del segundo libro, en el que ya se cuenta cómo Dios –a través de la mediación del Logos- lo “produce” ya no como idea sino como parte del Mundo Sensible. El Mundo Sensible no es una “copia” de Dios (o del Mundo Ideal presidido por el Bien Supremo platónico), sino la réplica de un modelo creado por Dios de la Nada, sólo posible de ser aprehendido racionalmente (pero no a Dios, al que la razón no puede alcanzar). Esta idea de un Logos (Mundo Inteligible-Inteligencia-Razón- Entendimiento-Palabra de Dios) creado por Dios como paso ontológicamente previo a la creación del Mundo Sensible, se emparenta de forma evidente con lo que habíamos señalado acerca de la Sabiduría en el Libro de la Sabiduría bíblico (que –como ya dijimos- probablemente también haya sido escrito en tiempos helenísticos), y que registra la primera aparición de la idea de hipóstasis como solución a la relación entre el Dios Creador perfecto y su Creación imperfecta. Ya que estamos, aprovechamos para agregar que en algunas oportunidades (y desarrollando el tema de los ángeles, que es una mediación también ontológicamente superior a las Formas Sensibles pero inferior a la Palabra de Dios) Filón llama al Logos, archángelos (recordemos que arché es origen, de lo cual los ángeles tienen su origen en el Logos).
Casi todos los helenistas se ocupan de recordar  que logos es originariamente la sustantivación  del verbo legein: decir, por lo que la traducción más adecuada no sería la tradicional de Palabra, sino El decir. Este “El decir”, en la lengua normal de la Grecia arcaica (antes aún de que fuese una palabra de uso específicamente filosófico), tenía su perfección en la acción del poeta (como el hacer zapatos en el zapatero);  y por eso el producto de su decir, que originariamente se constituye en “el mito”, también se solía nombrar como Logos (lo que –de paso- cuestiona esa tradicional idea de “el paso del mito al logos”).  Legein, tiene etimologías que podrían resumirse (p.ej. Martínez Marzoa) en una significación para El Decir que sería algo así como “el reconocer a cada cosa su lugar”, “el dejar ser cada cosa en lo que es su ser propio”.  La traducción más adecuada, entonces, a los significados actuales, podría ser Lenguaje.
Logos, sin perder su significado original de “el decir”, “palabra” o “lenguaje”, tal como hemos puesto de manifiesto, a través del uso filosófico  va adoptando también un sentido más amplio, que sería análogo a la idea de “Razón” o “Entendimiento”, aunque en el lenguaje filosófico ya se identifica este último concepto más bien con el de nous.  Sin embargo, la traducción latina del uso de logos en los textos cristianos es Verbum, cuyo sentido es mucho más directamente ligado a la palabra. Para Triviño, Filón parte de la concepción del Logos estoico (“lazo o nexo entre todos los seres sensibles que, extendido por todas partes, continuo e indivisible, dirige el mundo como un piloto, uniendo y manteniendo la cohesión de sus partes e impidiendo su dispersión en el vacío”). Pero también incorpora la idea del Logos heracliteano, como “Logos divisor”, que al diferenciar los contrarios evita que los rasgos distintivos de cada cosa se mezclen y por tanto las cosas pierdan su individualidad. El Logos, máxima instancia de la realidad que contiene –como en Platón- el eidos de las cosas sensibles, requiere como instancia previa su Creación por parte de un Dios que por lo tanto está antes y extrae el mundo de la Nada. Nos encontramos ante la primera aparición de la idea racional de Creación como Producción Divina, una idea que en el judaísmo está basada sólo en la fe y que en el cristianismo no encontrará su desarrollo definitivo hasta Santo Tomás. Pero además, esa explicación de la Creación introduce como elemento mediador entre Dios y el Mundo Sensible la noción de Logos (que para Filón parece equipararse al Mundo Ideal platónico, pero que a esa altura del helenismo también tiene un abanico de significaciones mucho más amplio, como ya hemos visto, Verbo, Razón, Inteligencia, etc).
Evidentemente, este sincretismo entre la tradición bíblica y la filosofía griega que se produce en las interpretaciones exegéticas de Filón, va a tener otras expresiones en el momento final del desarrollo de dicha filosofía clásica (con toda rotundidad  en Plotino y sus tres hipóstasis del Uno, dos siglos después); pero también anticipa algunos desarrollos de una cultura religiosa que por entonces está recién conformándose, como es el cristianismo. El breve pero inteligentísimo análisis del pensamiento filoniano que desarrolla Felipe Martínez Marzoa en su Historia de la Filosofìa, incide además en otro aspecto crucial de su exégesis bíblica, que enmarcaría todas estas interpretaciones , y que no es otra que el de mostrar el “misterio” (en sentido religioso helenístico) del camino del hombre hacia Dios, cuyo fin es la Salvación. Una interpretación que colocaría –dado el tiempo de coexistencia entre la obra de Filón y los comienzos de la nueva religión cosmopolita (un término que ya sabemos es de origen estoico)- también a esa obra como parte posible de la fundamentación cristiana.
Pero ello excede el objetivo de este trabajo, y desde luego excede en mucho mis posibilidades intelectuales al menos por el momento, de manera que me limitaré al aspecto que más me ha interesado, que es el de la introducción del Logos como Lenguaje  (no como Palabra individual ni como lengua, claro, lo que estaría señalado por la idea de Logos como Palabra de Dios, esto es, estructura de la realidad). Y en ese sentido, me gustaría terminar haciendo una breve referencia al Evangelio según San Juan. El Evangelio según San Juan no fue escrito por el propio apóstol San Juan Evangelista, como afirma la tradición. Un análisis de su forma, estilo y contenido lo diferencia claramente de los otros tres, que son de carácter más episódico; efectivamente, en este caso particular se trataría más bien de un relato evangélico que pretende sentar una doctrina, lo que indica que la religión cristiana primitiva ya iba consolidando sus contenidos en busca de la construcción de un edificio argumental  más sólido que el de la secta originaria. Se fecha la escritura de este evangelio alrededor del año 100 dc,  aunque lo más probable es que haya sido escrito en varios tiempos, como casi toda la literatura religiosa. Por tanto, es casi inmediatamente posterior a la obra de Filón de Alejandría.
El Génesis de todas las versiones de la Biblia comienza (al margen de sutilezas de traducción) con la frase: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra”. La versión de la creación que a muchos nos suena más conocida, sin embargo, es aquella que dice: “En el Principio era el Verbo”, cuya traducción completa del primer versículo presenta grandes polémicas, algunas de ellas incluso descalificada como herejía por la iglesia (como la de los Mormones). La más aceptada suele ser –completa-: “En el Principio era el Verbo (Palabra), y el Verbo (Palabra) estaba con Dios, y Dios era el Verbo (Palabra) (o: y el Verbo era Dios)” - en arché en ho logos kai ho logos en pros ton theon kai theos en ho logos. Los Mormones traducen “Y la palabra era un Dios”, lo que evidentemente puede provocar indicios de politeísmo (si hay “un dios” ese tiene que ser diferente de “el Dios”). “Todo fue hecho por él ni sin él nada se hizo” (se entiende que por el Verbo-Logos), continúa el versículo.  Las traducciones utilizan, indistintamente, Palabra o Verbo, que en principio tiene el mismo sentido.  Esta versión del origen de Todo es el comienzo, en realidad, del mencionado Evangelio de San Juan, que como dijimos data aproximadamente del año 100 dc. El Evangelio, como todos los demás, ya sabemos que fue escrito en griego koiné, idioma que coincide con la traducción de la Biblia llamada “de los Setenta”, y que es evidentemente la que conocía el autor del Evangelio, fuera quien fuese.  
Las interpretaciones más corrientes y aceptadas (al menos desde la canónica católica) identifican al Verbo de ese primer versículo con Jesucristo, que efectivamente está con Dios y es Dios al mismo tiempo, según la doctrina. Más adelante, Juan aclara que “el Verbo se hizo carne  y por tanto descendió hasta los hombres para dar testimonio de la Palabra de Dios, que es él mismo, esto es, el Verbo encarnado.  Pero centrándonos en ese primer versículo, lo que parece estar claro es que “todas las cosas fueron hechas a través del Verbo”.
Vale la pena recordar que el concepto de Espíritu Santo -esto es, la tercera hipóstasis de la Trinidad, junto al Padre y al Hijo (Verbo-Logos)-  no aparece claramente definida en La Biblia, en la que aparecen conceptos como “espíritu de Dios” o “aliento de Dios” (pneuma), pero que más bien  parecen ser cualidades del propio Dios, y no personas con entidad propia. En el Evangelio de Mateo se utiliza por primera vez con sentido trinitario en la fórmula bautismal (“yo te bautizo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”), pero la concepción de la Trinidad se estabiliza mucho más adelante en la doctrina oficial cristiana, concretamente en el siglo IV tras el Concilio de Nicea. Como sabemos, el cristianismo salva un posible politeísmo así como la desdivinización arriana de Cristo, mediante una fórmula que tiene su origen en la filosofía griega clásica, y que tiene una particular expresión en el neoplatonismo de Plotino, la de las hipóstasis. Dios sería “ousía” (sustancia) mientras que la Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) son “hipóstasis” (persona-entidad individual). Pero evidentemente eso no estaba tampoco claramente establecido cuando se escribe el Evangelio de Juan (incluso había cristianos que identificaban al Espíritu Santo con el Hijo, por ejemplo).
El caso es, de todos modos y volviendo a nuestra línea argumental, que  la aparición del Logos en el origen del mundo creado por Dios de la nada, no está contemplado en el Génesis bíblico, sino en el que probablemente sea el primer texto que trata de fijar una doctrina del cristianismo.  Esto es, en el filo entre los dos primeros siglos de nuestra era,  aparece en el cristianismo definidamente  la idea de que Dios creó el mundo de la nada (principio básico de esa religión), pero no directamente, sino a través del Logos (si bien, como hemos dicho, el Logos es también Dios, y no una categoría inferior).  No creemos que sea forzar la interpretación, admitir la posibilidad de que la idea de Logos mediador que se expresa en el Evangelio según San Juan sea un eco de las exégesis bíblicas de Filón de Alejandría, que sin duda circularían con profusión en el interconectado mundo intelectual  helenístico.
Si el Logos como Palabra de Dios (equiparable, como hemos visto, al Mundo de las Ideas platónico, esto es el lugar –o la estructura- en la que todo Ser existe como Ser) es el que contiene (y por tanto, define) a la realidad, no estamos asimismo tan lejos (sí en el tiempo, pero no en el pensamiento) de los conceptos hegemónicos en la contemporaneidad filosófica con el predominio de la función del Lenguaje como estructurante de la realidad (desde Nietzche a Derrida o Foucalt, pasando por Wittgenstein, Heidegger o el radicalismo de Lacan –“el inconsciente se estructura como un lenguaje”-  e incluyendo los nuevos hermenéuticos como Gadamer o Vattimo). Pensar un hilo conductor desde Filón de Alejandría hasta el posmodernismo filosófico, evidentemente puede parecer un mero entretenimiento frívolo, pero al fin y al cabo lo bueno de la filosofía es –ante todo- provocarnos a pensar.


lunes, 19 de septiembre de 2011

Una mirada sobre "La tumba de Antígona"

Varios autores han señalado el hecho de que Antígona, la tragedia sofocleana que probablemente sea la obra clásica más leída y comentada, ha sido reelaborada y versionada por un sinnúmero de escritores, al mismo tiempo que analizada e interpretada por otra numerosa cohorte de filósofos y pensadores; pero el caso de María Zambrano es el primero en que la peripecia de la heroína griega es “reescrita” literariamente no por un poeta o dramaturgo, sino por un filósofo. Por eso es que probablemente –me adelanto a compartir ese juicio- La tumba de Antígona es precisamente, en la extensa y densa obra zambraniana, el texto donde la veleña encarna su concepto de la “razón poética”. La obra –que con ciertas prevenciones podríamos llamar teatral- de nuestra autora ha sido vastamente analizada, sobre todo en los últimos años de uso y abuso de su nombre y figura. Sin embargo, me gustaría agregar, tras una reciente relectura, algunas reflexiones personales.


Una mirada sobre "La tumba de Antígona"

lunes, 5 de septiembre de 2011

El héroe ante la muerte de Dios


No hace mucho leí una reflexión inquietante. El hombre insensato -decía más o menos así- es el que está dispuesto a morir por un ideal; el sensato, en cambio, es el que está dispuesto a vivir día a día ese ideal.

Ante la chatura de la vida occidental moderna (consumismo, banalidad, idolatría inducida hacia lo intrascendente), sentimos a menudo la atracción de arquetipos que parecen apuntar en la dirección contraria (el Ché, moda rediviva con superproducción cinematográfica incluida; Jesucristo, admirado hasta por quienes no creemos en su supuesto Padre:la “historia sacrificial”, que diría María Zambrano). Los héroes, que como en las películas fijadas en la memoria desde la infancia, nos consuelan en la ilusión de que al final ganarán los buenos. La propia historia y más aún, la vida cotidiana, desmienten nuestras fantasías; pero no hemos de negar que ellas sostienen -al hilo de la utopía- esa otra imperativa necesidad de todo ser humano: la finalidad, el sentido de la vida. Ilusión también, lo sé: pero ilusión constitutiva de la condición humana. También lo que llamamos realidad es otra ilusión, pero sin realidad no seríamos.

La característica del hombre contemporáneo -al menos el que por necesaria generalización llamamos “occidental”- es que, a diferencia de tiempos más primitivos, no concibe la realidad como una unidad, no posee esa “concepción del mundo” que caracterizaba al hombre hasta hace no más, quizás, de dos o tres siglos. Al decir de Octavio Paz, concebimos un palimpsesto de “signos en rotación”, que giran en la conciencia colectiva reordenando imágenes del mundo siempre incompletas, siempre inciertas. Y por lo tanto, imposibilitados -los seres humanos, digo- de depositar una fe más que en segmentos, parcialidades de lo real: Dios ya no existe ( a menos que alguien crea en serio que el cristianismo sea algo más que una mera disciplina y espectáculo), y otras divinidades han ocupado su sitio: el poder, el dinero, la ciencia, la razón misma.

Razón que se esfuerza, claro, y se justifica, en construir precisamente esas “concepciones del mundo” que exhiben su carencia. De hecho, hay para elegir: Aristóteles (con su variante tomista), Plotino, Kant, Hegel, Marx, y otros muchos las pergeñaron o completaron. El Dios moderno es -también- una construcción de la razón. Pero se elija la que se elija, el saber -única certeza quizás- que son construcciones las reduce inevitablemente, en la conciencia, a meros andamios de una obra siempre inconclusa. Porque en el fondo, pareciera que nuestro ser más íntimo se resiste a aceptar que una “idea del mundo” pudiera llegar como obra humana, y no como algo dado de una vez y para siempre. Algo que está, que no se cuestiona.

Cuestiono este mismo pensamiento que acabo de expresar, desde luego. Si aceptase que eso es incuestionable, justificaría racionalmente (comprendo, que no es lo mismo que justificar, una cosa es la razón y otra la ética, que no es demostrable geométricamente como inventó Spinoza) justificaría -digo- la sensación de que hombres que no temen cuestionarlo todo (nosotros) jamás podrán hacer frente a quienes están convencidos de su hacer sagrado cuando se atan una bomba al cuerpo. Esa “idea del mundo” compacta, unitaria, sin fisuras en la conciencia, no es más -al fin de cuentas- que lo que llamamos “fundamentalismo”. Quede claro que elimino aquí -a los fines de esta reflexión, solamente- el componente político de ciertos terrorismos.

Pero al fin y al cabo, la historia, despojada del punto de vista de los vencedores, no ha sido -ni es- más que una sucesión espantosa de horrores y degollinas: neutralizadas en nuestro discurso por quienes las han revestido de razones. La máxima expresión, el punto culminante del racionalismo (me lo sugirió por primera vez Ricardo Piglia, en una memorable novela de los ochenta) ha sido el Holocausto nazi. O en conocidas palabras de Goya (bien que reinterpretadas a la luz del pensamiento actual):“el sueño de la razón produce monstruos”.

¿Podrá sobrevivir la humanidad sin un concepto unitario de la realidad, del mundo; sin una fe que trascienda las propias pasiones personales? Quizás sea esta época, aparentemente tan insulsa, un umbral de la historia: donde los hombres seamos capaces de asumir definitivamente nuestra condición desvalida, limitada, encerrada inevitablemente en el espacio y el tiempo; sin remisión posible a la protección divina o a la salvación eterna. Un mundo que no requiera héroes ni mártires para autoconstruirse, destruyendo lo que haya que destruir por vocación colectiva y no por iluminación individual.

Quisiera ilusionarme con esta perspectiva, pero admito que a mi pesar, continúo sintiendo que Antígona seguirá siendo indispensable.

lunes, 29 de agosto de 2011

Sobre el fin del arte


Hace algunos años, el crítico norteamericano Arthur Danto publicó un polémico libro llamado "Después del fin del arte", en el que entabla una polémica principalmente con la corriente crítica de Clement Greenberg, principal gurú del expresionismo abstracto; pero que resulta revelador (y provocador, al mismo tiempo) de los criterios erróneos que han seguido durante siglos, respecto a "qué es el arte", las grandes narraciones históricas sobre la estética artística. Una puesta a punto del debate sobre el destino del arte contemporáneo quizás nos permita acercarnos al mismo desde un lugar nuevo, y sobre todo comprendiendo su cercanía innegable a la filosofía. En este artículo, trato de aportar algunas ideas al respecto.
Sobre el fin del arte

El nombre de la risa


No es broma: voy a tratar de reflexionar acerca de algo tan controvertido como lo es la risa. Para muchos, es subversiva, para otros -al contrario- evasiva. Hay quien la recomienda como terapia existencial, otros recomiendan evitarla lo más posible. El caso es que a través de la historia, muchos son los que han querido descifrar su significado, y sobre todo, sus verdaderos efectos. A través de ellos, y con alguna ayudita de mis amigos, intentaré sacar mis propias conclusiones. Espero que no causen sólo eso: risa.
El nombre de la risa

¿Qué es filosofar?


La tradición cultural europea -y como reflejo, la latinoamericana- sólo suele aplicar la categoría de "filósofos" a quienes han elaborado completos y rigurosos "edificios de la razón", o sea, un sistema filosófico sin fisuras, a la manera de Platón, Kant o Hegel; mientras que ha relegado al un tanto peyorativo papel de "pensadores" a aquellos que -como Séneca, Pascal o la propia María Zambrano- han estado por lo general más atentos a pensar la filosofía como algo traducible directamente a la vida. En ese sentido, los filósofos españoles siempre se han desmarcado oponiendo un dique al "dogmatismo acionalista", aunque ese dique esté a menudo contaminado (y otras tantas veces instrumentado) de las tendencias más reaccionarias del pensamiento.
¿Qué es filosofar?